Arriesgarte o preguntarte qué hubiera pasado,
enfrentarte de una vez o callar y seguir tragando,
negar los propios errores, echarle la culpa a otro,
mirarte frente al espejo y preguntarte si estás loco.
Hablar con la boca pequeña, cagarla con el gran culo,
otro símil de tu antojo, la célebre ley del embudo,
intentar respirar hondo cuando aire está viciado,
comprar amistades y amores como en un supermercado.
Sentirte extraño sin motivo,
destacar por mil y un medios
y acabar pasando desapercibido.
Tantas cosas que no tienen ni atisbo de explicación
por tu jeta se suceden, eres un espectador,
esperas que el tiempo pase y solucione los entuertos,
quizá sea demasiado tarde y ya estemos todos muertos.
Él Ángel lo tenía claro y todo su tiempo exprimió,
gozar y sufrir con descaro ha de ser obligación,
gastar hasta la última gota de sangre, saliva y sudor,
trazar con pulso bien recto los planos de la demolición.