Derramé la última gota de mi sangre,
tras haber desperdiciado mi sudor,
si las tripas resonaban, la cabeza era un enjambre,
“por mí, como si revientan,
que en mi hambre mando yo”.
Oculté en una sonrisa mi amargura,
me vestí de carnavales cuando quemaba el dolor,
visité, noche tras noche, los límites de la locura,
y la pena siguió ardiendo
hasta que me consumió.