Desando el camino y se me hace más
corto,
me siento más yo sintiéndome nada,
una ínfima parte de todo este entorno,
la rama del árbol, la piedra en el
agua.
Oler las hojas secas y el verdor del
pasto,
mojarme con la lluvia y secarme en una
hoguera,
comprender que nada es perfecto, ni
exacto,
respirar el aire como vez primera.
Observo animales salvajes
y me resulta más inspirador
que ese baile de disfraces
de esa civilización.
Y sigo sintiendo culpa,
que funciona cual motor
carburado con deseos
de ir haciéndolo mejor.
A solas miro con lupa
lo que origina el error,
entre mil y un escarceos
de impotencia y mal humor.
Encuentro esa ansiada esencia
en lo que hay alrededor,
me vuelvo a armar de paciencia
para cargar con mi yo.
En un remanso del río
tiré piedras hasta hartarme
y me sentí otra vez crío,
conseguí despreocuparme.
Mis huellas dejé sobre el fango
en el que nada es perdurable,
el sendero se iba cegando
de maleza impenetrable.
Y yo, a hostias con un palo
combatiendo aquellas zarzas
(vara verde de avellano
contra espinas como dagas)
conseguí acceder a un claro
y contemplé en lontananza,
que cuando todo es aciago,
calma es buenaventuranza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario