Ojalá fuese un mal sueño...
y toda esa sangre derramada
no fuera más que de atrezzo.
Ojalá quien se cree dueño
de una verdad tan profunda
para llegar a matar,
cavase su propia tumba
de miedos y mezquindad.
Cobarde es el que ejecuta,
pero ¿qué hay de aquel
que manda ejecutar?
Esto es más que una disputa,
cuando el contrincante
no atisba ni a razonar.
Simplificar lo confuso,
intentar andar a ciegas,
es tu culpa, pobre iluso
si te caes y te la pegas.
Y todas esas putas banderas...
y todas esas muestras de condolencia
impostada...
y todas las consignas, y todas sus
monsergas,
cuando la guadaña acecha ya no
significan nada.
Porque ninguna idea o religión
han de valer más que una vida,
porque el absurdo se conjuga en la
traición
cuando parece que hay salida.
Porque nos muertos nunca huelen
en los despachos de quien manda
asesinar,
porque te matan si ya temes
hasta salir a la calle y gritar.
Tu corazón seguirá latiendo,
pero una parte de tu alma habrás
aniquilado
si prefieres callar o mirar para otro
lado,
tan vil frivolizar el sufrimiento
como dejar hacer o no darse por
enterado,
contra el horror, ni un minuto de
silencio,
en cualquiera de sus formas,
sea en propios o en extraños.
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