Nacemos para morir desde el primer segundo de existencia,
nos aferramos a cosas materiales que son nada cuando falta la salud,
cuando nuestro cuerpo falla no hay atajos, ni creencias
que impidan que esto termine en un horno o en un ataúd.
Es complicado describir lo que hoy he visto,
es una sensación demasiado fuerte como para asimilarla,
y no se trata de ser tonto, tampoco ayuda ser listo,
consiste en tener presente que la muerte siempre gana.
Estaba postrada en una cama,
llevaba semanas padeciendo la agonía,
las sábanas eran lija, las costuras molestaban,
no comía, ni dormía,
el dolor no la dejaba.
A pesar de esta putada,
soportaba los pinchazos,
no escatimaba en abrazos
o besos a quien se acercara.
Hacía de la risa bandera,
frente a esa dura condena
de goteros endiablados.
Los médicos desconcertados,
el diagnóstico habla claro,
muy poco tiempo le queda,
su cuerpo está desahuciado.
Aún tuvo que batallar
una última noche entre espasmos,
la ventana está muy cerca
y no se puede levantar,
una bomba de morfina
sirvió para ahogar su llanto.
Un monstruo que fue aumentando
resistió a la medicina,
se comió sus endorfinas
y sus ojos dejó en blanco.
La parca extendió su manto
inundando de silencio aquella gris habitación,
sentimientos desgarrados
se cernieron de repente embargando de estupor
a aquellos seres queridos
a los que dió su calor.
Su recuerdo aún sigue vivo,
el cáncer no lo derrotó,
ni la muerte, ni el olvido
podrán cercenar su amor.
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