Ladran, luego cabalgamos
y, si nos toman por locos,
mejor pa nosotros,
duelen, no se hacen livianos
los sentimientos ignotos
que nos hacen desertar.
Compartir el mismo aire
que quien no quiere que existas,
convivir con el delirio de vivir en
libertad,
intentar ser algo más que un número
en una lista
en un laberinto de espejos al que
llaman sociedad.
“El trabajo os hará libres” de
todo lo que no sea
currar como perros hambrientos por un
mendrugo de pan,
desconectar algún finde, acceder a una
vivienda
y pagarte una caja de muerto cuando
llegue tu final.
Dejamos pasar el tiempo como vacas
mirando al tren,
nos quemamos por salir de esta
asquerosa rutina,
un refugio en nuestro ego nos hace
fingir que está bien
nuestras neuronas segregan complacencia
y dopamina.
La madurez discrimina
esa cándida inocencia que nunca va a
regresar,
más peso para una conciencia
acomodada y anodina,
caída libre en la evidencia
de los días por quemar.
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