Tropiezo tras tropiezo,
desgracias cotidianas,
arenas movedizas,
eterna encrucijada.
Monzón, levante o cierzo,
rocío en la mañana,
las nubes, quebradizas,
traen niebla envenenada.
Secaron las raíces
del árbol donde nacimos
y embobados contemplamos
sus hojas languidecer.
No escuchamos, ni entendimos,
sólo oímos y asentimos,
nos perdimos en matices
y nos han vuelto a joder.
Quemaron las últimas naves
por otro sueño caduco
“trinca todo lo que puedas
y después echa a correr”.
Nos encerraron sin llaves
en esta cárcel sin muros
donde sólo hay dos condenas:
ordenar u obedecer.
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