Se me saltan los empastes de la rabia
cada vez que aprieto los dientes
y contemplo cómo los que tanto hablan,
ni escuchan, ni saben, ni tampoco
entienden.
Y se venden y te venden por un saco de
monedas,
y te mienten y te mientes pensando en
el mal menor,
se desdicen y no temen ni siquiera que
te creas
una idea inconsecuente a la que llaman
solución.
Traficando con las vidas de la gente
y viviendo a todo trapo yo también soy
el mejor,
sobornando a los prebostes y robando
impunemente,
cualquiera se hace carrera, sin
esfuerzo, ni sudor.
Sinvergüenzas se camuflan para ver si
algo les cae,
caraduras desalmados se aferran a su
poder,
es difícil aclararse en los manejos
que se traen,
pues todos quieren su parte, forrarse y
caer de pie.
Y los muertos resucitan y les votan,
y les pillan con las manos en la masa y
ni se inmutan,
se lo dices a la cara y les rebota,
te recetan su mordaza de calabozos y
multas.
Escucharás mil y un veces esa voz que
te dirá:
“es mejor no rebelarse y aceptar lo
que vendrá”
si tienes dos dedos de frente y
respiras, lo sabrás:
claudicar es condenarse a mendigar tu
dignidad.